Rezo y Rezaré por Cada Víctima de Este Holocausto.

Por. Karol Bolaños

María está cansada y muy enojada, no ha podido dormir lo suficiente desde el sábado, es sabido por todo el mundo que no dormir afecta el humor.

María no tiene corriente eléctrica, como a todos se la quitaron esta semana, el agua ha empezado a agotarse, los alimentos que tiene se acabarán y tiene pánico de salir.

María tiene miedo, las bombas llueven, los edificios y las casas se caen sin parar. Ayer miró por la ventana y vió que sólo quedaba un edificio antes del suyo, al fondo todo estaba en ruinas, le dió impresión no ver la calle y se angustio al ver la desolación.

María está con su hija Ana que tiene 8 años, es la única persona que le queda en el mundo. Con una profunda tristeza mira el lugar donde vivían sus padres. Estaba justo detrás del edificio residencial que aún está en pie.

El martes le informaron que sus padres y hermanos estaban muertos porque el edificio donde vivían fue derrumbado por los bombardeos.

Tuvo la esperanza de encontrarlos, se arriesgó yendo hasta las ruinas, incluso se aventuró al hospital y ahí pudo constatar que toda su familia había muerto por la remetida del gran colono.

María lloró amargamente, pero contuvo su enojo porque estaban presentes sus hijos.

En el camino de regreso vieron la magnitud de la destrucción, todo su nicho estaba en ruinas.

De repente, comenzaron a sentir la presión de estar en la calle, María tomó a su hija Ana y José agarró a Jesús. Caminaron rápido y cuando estaban pasando por una calle cercana a su edificio empezaron a sonar los estallidos. Corrieron en dirección a su apartamento y alcanzaron a llegar. Se resguardaron y rezaron para protegerse. Aquel día comieron juntos, fue triste por la pérdida, pero feliz por haber sobrevivido en familia.

El miércoles cuando el agua estaba a punto de agotarse, José salió en búsqueda de un poco para alimentar la reserva familiar, Jesús insistió en acompañarlo. Estaban haciendo fila en uno de los pozos de reserva, estaban tranquilos porque no era la hora, ni el sitio de interés para un ataque. Sin embargo, sin darles la oportunidad de correr fueron desmembrados por las bombas que estaban dirigidas a destruir los pozos.

María y Ana casi pudieron sentirlo, desde la ventana se podía ver la fila deshecha y los restos de personas que habían perecido. Les informaron sobre su pérdida y lloraron como nunca. Pero sabían que podía suceder y se armaron de valor para continuar viviendo.

Ana duerme en el regazo de su madre, incluso, intenta cerrar los ojos de su madre con suaves caricias para que descanse un poco, pero no lo logra. Lo que no sabe Ana es que mamá está cansada, angustiada y tiene un miedo incontenible. Así no se puede dormir.

Justo en ese momento de desesperanza los colonos enviaron un ultimátum, tendrían que irse o morirían exterminados.

María solo tiene a Ana y siente que no puede llevarla sin rumbo. Es consciente de que son prisioneras sin haber cometido ningún delito más que ser palestinas. Aunque no les queda nada más que la vida, no quieren aferrarse a ella y mucho menos perder su dignidad siendo refugiadas.

Entonces, asumiendo la responsabilidad de sí misma y su hija, tomó la decisión de quedarse a esperar la muerte en su propia casa, en su tierra, en su territorio y con su historia.

Fin.

María, en está distancia abrumadora, rezo por ti y tú pequeña Ana. Rezo para que el pueblo Palestino pueda tener derechos humanos, paz, verdad, justicia y reparación. Rezo y exijo justicia ante Dios porque lo que están viviendo es horrible e inhumano. Aunque tú historia es un relato imaginario, siento que hoy hay muchas Marías y Anas esperando el final. Rezo y rezaré por cada víctima de este holocausto.

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