Por. Karol Bolaños
Cuando era muchacha, solía escuchar con frecuencia uno de esos cliché limitantes, el cual rezaba lo siguiente: si no eres rica y bonita, tienes que ser popular para sobrevivir en este mundo.
Imagínate, yo de pelada sólo trataba de triangular la información para sobrevivir, aunque básicamente era imposible; puesto que, nací pobre, algo simple para determinar que era bonita y sin ningún deseo de popularidad por mi parca timidez.
En aquel tiempo, una o uno se dejaba llevar por las mayorías cercanas, por los modelos a seguir; en otras palabras, todo entraba por los sentidos. La identidad se construía por lo que se veía, olía o escuchaba.
Al parecer, el modelo aplicaba a la perfección, en primera línea estaban los menos pobres que se sentían ricos exponiendo modas desde sus consumos; en segunda estancia, estaban los y las bonitas reproduciendo los cuerpos, peinados, vestuarios y olores que la belleza comandaba; y por último, estaban los populares, los que llamaban la atención como fuese posible, en ese paquete estaban los cómicos, los bailarines, los problemáticos, los cantantes y los que hablaban fuerte para hacerse notar. El resto era invisible, poco importante y excluido de la montonera.
Todo eso, generó en mí muchas dudas y preguntas que se convirtieron en cuestionamientos sobre la vida material y espiritual. Como a todos, me afectaban esos dardos llenos de veneno. En consecuencia, mí respuesta no podía ser rendirme, tenía que enfocarme en buscar salidas ante el sufrimiento que causaba la exclusión.
Sin embargo, en momentos de tontería o mucha desilusión por mis intentos fallidos, peleaba con mi mamá, mi mayor enojo era ser pobre ¡qué tonta! Como si una pudiese elegir. Por un instante, siento esa nostalgia tan amarga de la crueldad de las palabras dirigidas a una madre que lo daba todo de ella para hacer lo mejor que podía con lo que tenía.
En el fondo, ni siquiera me importaba tener a la moda, yo solo quería alcanzar a tener lo necesario, incluso tener unas monedas de más para comer algo más en el descanso, vivir cerca al colegio para hacer las tareas con mis compañeras o tener los libros que pedían para leerlos con detenimiento en mí casa. Esa he sido básicamente yo, no espero de la vida más que lo justo y necesario a mí medida.
Crecí dudando sobre mí aspecto físico, eso fue por muchos factores, pero algo que me marcó mucho, fue la opinión frecuente de otros y otras. Entre ellas, una vecina, la mamá de una «amiga», solía decirme que yo era muy fea, además, de boqui sucia. Pues, viniendo la opinión de la mamá de la niña más linda de la cuadra, hasta me lo creía.
Los niños solían decirme fea, india tira flechas, pati rajada y las niñas me sacaban de sus grupos porque mi color de piel nunca se ajustaba, para unas era muy colorida y para otras era muy pálida.
Todo eso me intentaba anular y meter en una bolsa de desecho social. Eso es lo que busca el modelo, destruir al más débil y crear monstruosas personas que son capaces de cualquier cosa por lograr tan anhelado modelo.
Era algo realmente doloroso, triste y lleno de desesperanza. Pero yo encontré mí propio camino que estaba dotado de la riqueza de mí inteligencia, la habilidad de adecuar mí comportamiento según la clase social, la multiplicidad de habilidades creativas y la habilidad de la oratoria. Al final, de mí juventud, me gustó ser invisible, la intimidad es algo que permite crecer personalmente.
Pasados los años, ya siendo «adulta» y habiendo caminado lo suficiente para pensar con tranquilidad; me doy cuenta que, aquel cliché sigue marcando la pauta. El modelo sigue siendo el mismo: rico, bonito o popular. Todo resumido en superficialidad. Tal cual, como un paquete de cualquier cosa que destruye el estómago y se vende por millón gracias a su estética.
Ahora, hay que sumarle los cambios generados por el mundo numérico. Ya nada es real, todo es superficial, cualquiera puede ser famoso, las mentiras se propagan como leyes regidoras de la vida, las estéticas son diversas y cada cual se abre paso como sea en el mundo para encontrar una nueva tendencia.
Incluso, los pobres que se creen ricos, los de la primera línea, hoy no tienen profesión, pero tienen el oficio de ganar plata.
Yo lo veía venir, ésos no hacían sino chicaniar, éstos pobres carecían de inteligencia, lo intentaban, pero no se les daba estudiar y les daba una pereza trabajar.
Así que, ellos y ellas crecieron con los negocios de moda. Por eso, sí está de moda estafar, estafan. Sí está de moda ponerse las teticas y conseguirse un marido narco, se venden hasta que consiguen las teticas y luego atrapan el indeseable. Si está de moda ser plástica, empiezan mil carreras, todas las dejan tiradas, pero eso sí, hacen buenos contactos que sostienen la vida social de cualquier mantenida.
En la actualidad, se dedican a memorizar frases de libros célebres, libros de personas que se han robado el pensamiento ancestral de las culturas exterminadas por la rudeza del opresor, repiten las historias de personas que desprecian, se clonan en el sufrimiento de otros que han sabido salir de la dificultad con tenacidad, exponen su vida de bendiciones heredadas, reproducen el pensamiento de los que sobreviven, toman fotos de lo que comen, toman café en tazas de diseñador, posan de espirituales, intelectuales y frescos, le meten un poco de aquí y de allá a sus discursos inofensivos, siguen a los «exitosos» y se dedican a vender humo.
Ésos mismos, agradecen a los ricos porque según ellos han desarrollado el mundo y sus aportes han permitido lograr el mundo de sus sueños. Me pregunto si está gente vive en la estratosfera. Agradecer al destructor es como clavarse el puñal en el corazón y darle vueltas hasta que pase al otro lado.
Las y los segundos, no cambian nada, el tiempo se quedó ahí, sin pila. Son reluciente plástico, con las mismas estéticas y estándares. Todo es externo. Se disfrazan de alternativos, pero son lo mismo, plástico. No hay nada de auténtico y real. Todo es parte de una copia fidedigna de lo que dicen que deben ser.
Los terceros se convirtieron en los peligrosos, los influenciadores de estás nuevas generaciones. Los y las populares pueden gozar de las tres categorías, es decir, el triunfo de su personaje depende del poder adquisitivo, la belleza y la destreza.
Éstos son seguidos por infinidad de curiosidades, una de ellas, la más popular es la «música» con mensajes de todo tipo. Desde la misoginia al cien por ciento, el sexo, las drogas, la delincuencia, el romance prohibido, la revolución, los rituales chamánicos, la apología al narcotráfico, hasta la incitación a pertenecer a la padilla del barrio.
Como el iletrado que se harta de sentirse periodista y se jacta de los que estudiaron con sacrificios.
Y sí, bienvenidos al mundo de hoy con sus clichés 2.0 donde nuestros hijos e hijas tienen que hacer el triple de esfuerzo para romper esos esquemas repetitivos y luchar contra las embestidas sociales.
El mundo no es diferente a ayer, es mucho más complejo. Pero siempre será fundamental, enfrentar la principal lucha de la vida que es lograr la autenticidad, el amor propio, la exploración de nuestras capacidades y potencialidades, ganar disciplina, estudiar y trabajar.