Por. Karol Bolaños
Lo que había planeado como un cafecito entre chicas, se convirtió en toda una serie de relatos, anécdotas y aprendizajes.
Es curioso, pretendía tomar el café sin profundizar en nada, una discusión sencilla entre chicas; pero debo decir que, es inevitable cuando me siento a conversar con esta mujer tan brillante y cálida evitar caminos llenos de preguntas.
Hablamos de mi árbol genealógico, de mi conexión con el campesinado colombiano e inevitablemente mi conexión con el café de alta calidad.
De la cotidianidad de la maternidad, de las experiencias y de cómo encontrar las herramientas para lograr construir las relaciones que pretendemos con nuestros hijos.
Por supuesto, hablamos del sabor del café y de las tortas que preparamos, fue volátil, pero delicioso.
Algo marcó nuestra conversación, al menos, a mi me quedó tatuado en el recuerdo. Ella me hizo una pregunta: -¿Sabes cuándo el cerebro deja de hacer conexiones? Lo dude, creí haberlo escuchado en algún momento, pero me deje llevar por su conocimiento y lo que podía aprender… – Hasta los 25 años. Respondió.
¡Vaya sorpresa! De razón hablar de madurez es algo que toma tiempo y hablar de acompañamiento a los y las hijas es una tarea infinita.
Básicamente, hasta los 25 años un hijo o hija necesita a sus padres para que pueda avanzar hacía la siguiente etapa; aquella, en la que deben poner en funcionamiento todo su entrenamiento cognitivo, físico y emocional.
Esta conversación me posicionó en lugares diferentes, por un lado, me llevó a reconocer la bondad de un corazón sincero, a mirar con ojos de ternura a mi madre, a escuchar más a mi hija, a respetar los silencios, a dejar de pedirle a los demás lo que realmente me compete sólo a mi misma y asumir esté proyecto de vida llamado maternidad.
Me genera ansiedad, angustia y esperanza cada instante, porque nada es como se planifica o sueña, en realidad puede ser mejor, depende de los ojos con que se vean los actos.
Curioso, una tarde de chicas, torta y café; se convirtió en un aprendizaje y el camino hacía la aceptación.
Acepto que no soy única y que no estoy sola. Tengo una historia, pero sobretodo, tengo una vida, aquí, en el presente. Estoy asumiendo mi responsabilidad, mi elección y decisión: «ser mamá»; sin olvidar por supuesto, que soy el amor de alguien, que soy hija, mujer hermana, profesional y amiga.
Si bien, mi cerebro no está fresco, al menos, puedo reaccionar distinto, desde la razón y el corazón; entendiendo, que no estoy sola, que alguien más me necesita hasta que su cerebro haya hecho sus conexiones y el resto de su vida si lo quiere porque mi amor es infinito.
Para empezar, aquí, hasta los 25!