Todo se paraliza. El cuerpo no se mueve como quisiéramos. La calma se confunde con la parsimonia. El tiempo se congela. Los días parecen horas y las horas segundos. Los sueños se confunden con la realidad y todo empieza a vagar en la memoria.
Nada que perder, nada que ganar. Todo por esperar. Ideales de instante. Instantes idealizados.
Miedo, abrumador miedo. Miedo a lo conocido y a lo desconocido. Miedo al revolotear agitado del picaflor. Miedo a la mentira y a la máscara que protege la verdad.
Miedo: sensación vaga, borrosa y perturbadora. Ser infame que atraviesa los huesos y olfatea la bondad. Espanto vagabundo que reprime el ser de los inseguros. Desolación incauta que necesita de las almas libres para alimentar su ego.
A ti, miedo desolador te desconecto de mi esencia, porque no eres más poderoso que la vida. Por eso, te encierro en la caja de los castigados y te sacaré para hablar solo cuando el instinto lo permita, porque eres necesario cuando el devorador quiere acercarse y no hay lugar al ego.